jueves, 4 de febrero de 2010

El Malhora

Cuando el comandante Juárez se enoja, se enoja. No queda más que agachar la mirada y aguantar vara. Además cada que pasa algo malo en un operativo se pone así, y no sé si sea malo, pero pues ya estamos acostumbrados. Ese día el comandante fue citado en la oficina del Alcalde, lo del operativo era un escándalo, a pesar del cerco policiaco en la zona que duró como 12 horas, el famoso Malhora se nos fue. No le quedó más al comandante que ir a pararse frente a las cámaras con esa cara que pone para la tele, como frunciendo el ceño, simplemente a dar un choro de que estábamos trabajando; que seguíamos una línea de investigación, cuando en realidad el comandante confía hasta en el tarot para dar con los delincuentes.
Pero este asunto del Malhora requería una de esas cartas bajo la manga que suele tener el comandante, como cuando agarró junto con un policía federal a unos sicarios en la carretera paraestatal, el federal herido y mi comandante encañonando a los dos cabrones hasta que llegaron los refuerzos, pero definitivamente esta vez necesitaba algo más que valor y un golpe de suerte. Ese tal Malhora era una cosa impresionante, según los informes, el tipo fue luchador - rudo por supuesto -, no era muy alto, pero el vato mató seis militares en una balacera, en uno de esos tantos granadazos que tenían a todos con los pelos de punta, cada que salíamos a un pedo con narcos era de arrancarnos los pelos, persignarnos y escondernos tras la patrulla hasta que pasara lo peor, no es que sea sacón, pero tengo una familia. Bueno, el punto es que el cabrón del Malhora, en la misma guerra de cárteles era de respeto, ya era sabido por ahí que trabajo que le toca al Malhora, trabajo que no falla. No como esos casos de que intentan volar la oficina del abogado y sale vivo el muy méndigo. Este cuate cumplía y hasta le daba el toque de sadismo, cabezas cortadas, hechos pedacitos frente a la central de policía, ácido, marcas de tortura o cuando mucha chamba, hasta 30 muertos por tiro de gracia en una sola noche. Además de ser uno de los cercanos del bien conocido jefe del narco, el famosísimo: Papi.
El operativo salió mal porque al Malhora le salió muy bien, no es que el comandante no pueda, simplemente ese condenado matón está pesado. Ese día éramos muchos efectivos los que resguardábamos el área, por aire y tierra se estaba checando el plano. Tal vez el comandante pecó por tener demasiada paciencia, ya dos veces le había tocado acorralar al Malhora, pero entre los granadazos y las balas que caen como en aguacero, nomás salía todo encabronado y con bajas, el muy cabrón del Malhora siempre se escapaba, hubo una ocasión que una camioneta blindada mandó al diablo a dos patrullas que le cerraban el paso, dejaron los carros madreadísimos y agujerados como coladera, así que el comandante Juárez en esta ocasión quiso acorralarlo en serio y buscar la detención, esta vez no quería ni bajas que lamentar ni un arguende en grande.
El Malhora y sus perros estaban en una casa de seguridad que habían reportado de manera anónima, supimos que era el Malhora el que estaba frecuentando esa casa gracias a unos días de observación, el comandante mandaba a uno o dos oficiales como civiles a checar los movimientos en la casa, así que era seguro que el Malhora se iba aparecer, y cuando lo hizo, el comandante movió a toda su gente a la zona. Había comandos rodeando la casa, sin embargo no querían comenzar una balacera épica contra los perros del Malhora, sólo esperaban. En las esquinas había patrullas y un cerco de seguridad, no se permitía pasar a nadie, todas las entradas y salidas de la colonia estaban igualmente resguardadas y a eso súmele el helicóptero sobrevolando el sector. Ahora sí todos armados hasta los dientes, pero lo mismo esperábamos de la gente del Malhora.
Después de un buen rato de tensión, la tropa del Malhora estaba igual que nosotros, nomás a la espera, cualquier chispazo encendería la locura y esto se convertiría en una sucursal del infierno, pero no fue hasta que un condenado matón se asomó por una de las ventanas y comenzó a gritar de chingaderas, el comandante Juárez ordenó quedarse quietos pero un pendejo caliente que tenía en la mira al culero le soltó una ráfaga que ni le dio pero desató un verdadero desmadre, fueron cerca de 30 minutos sin un segundo de silencio, nadie abandonaba su posición y desde la misma soltaban plomazos como pudieran, las balas perdidas hubieran provocado muchas muertes, si no, es porque antes le habíamos cerrado el paso a los civiles. A pesar de que el comandante había advertido el no desperdiciar balas, en esos momentos como que te envuelve la adrenalina y sin remedio entras en la locura de los balazos y nadie paraba de soltar esos malditos balazos. El comandante estaba gritando como loco que parara el fuego pero seguía el cagadero. Cuando detuvieron los disparos hubo un silencio sepulcral donde todos nos volteábamos a ver como corroborando que no había bajas, ya desde ese momento el comandante estaba encabronado, apenas nos dimos cuenta de que los últimos minutos de balacera sólo fueron tiros nuestros, no había respuesta de los sicarios. El comandante ordenó entrar a la casa por la fuerza, los comandos especiales arrojaron bombas de humo y derribaron la puerta, había camionetas blindadas, algunas armas, celulares y en una habitación se liberó a un empresario que llevaba 2 años secuestrado, incluso ya hasta se le daba por muerto. La sorpresa fue que no estaba el Malhora por ninguna parte, sólo encontraron un agujero en la pared de la cocina por donde podrían haber escapado, pero cómo fue que nadie los había visto en la colonia, todo el perímetro estaba resguardado. A pesar de liberar al empresario, Juárez iba por el Malhora y el muy vivo no estaba. Nadie supo nada. El comandante hizo el berrinche de su vida, no entendía cómo había sucedido, con esto sólo se reafirmaba su teoría de tener traidores en sus propias filas, algún cabrón soplón infiltrado le estaba echando a perder las cosas a mi comandante.
Ese día después del regaño, el comandante Juárez les dijo a sus escoltas que se largaran, no quiso tener compañía alguna, se subió a su camioneta y salió de la comandancia. El comandante Juárez iba con su enojo escuchando la radio cuando decidió pararse en la gasolinera saliendo a la autopista, a veces al comandante le gustaba tomar carretera, le ayudaba a relajarse. En la tienda de la gasolinera bajó, pidió unos Raleigh, unos chicles y unas pepitas. Mientras el comandante compraba sus cosas, afuera de la tienda aparcó una camioneta negra de vidrios polarizados, de ella bajaron tres hombres, dos de ellos se quedaron parados fuera de la camioneta mientras el otro ingresó al establecimiento y se dirigió al baño. Cuando el comandante recibió el cambio de su compra caminó al baño y se colocó en el mingitorio al lado de un tipo no muy alto que estaba orinando, como el comandante suele ser muy sociable cuando está en el baño público, dijo algunos comentarios acerca del clima y otras cosas a lo que el tipo no contestó y el comandante ni siquiera lo volteo a ver, el tipo sólo jaló al mingitorio y se paró frente al espejo para lavarse las manos y arreglarse el cuello de la camisa, al comandante le pareció recibir un ligero olor a pólvora, sin embargo no le dio importancia, creyó que el olor provenía de él mismo después de semejante balacera, el tipo salió del baño y subió a la camioneta seguido de los tipos que lo esperaban, encendieron el motor y arrancaron. Para cuando el comandante salía del establecimiento tomó un cigarro, lo colocó en su boca y buscó el encendedor en los bolsillos sin encontrarlo, así que se acercó a un tipo que vendía cacahuates garapiñados para pedirle fuego. El tipo le pasó unos cerillos y le dijo: No me va creer, pero como que yo he visto a ese fulano que se fue en la camioneta. Me cae que era el Malhora, ese que salió en las noticias que andaban buscando hoy desde muy temprano. El comandante Juárez se quedó petrificado, pero aún reservando sus dudas le preguntó hacia dónde se había ido la camioneta, el tipo le señaló el camino. ¡¿Y cómo era la camioneta?! Preguntó el comandante. El de los cacahuates la describió como pudo y antes de terminar, el comandante Juárez ya iba presuroso y maldiciendo rumbo a su camioneta sin regresarle los cerillos. El comandante manejó durante horas, pero nunca más volvimos a saber del sanguinario Malhora.

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