martes, 1 de diciembre de 2009

Este dolor no tiene nombre.

Esta mañana experimenté una sensación extraña, se alojó unos momentos en la parte baja del estómago, al principio fue brutal, me dobló en dos repentinamente, yo aún me encontraba en la cama y el dolor me colocó en posición fetal y cubriéndome por completo me refugié bajo las cobijas, como si me colocara en una especie de vaina o creara a mi alrededor el recubrimiento necesario para que una oruga se transforme. Decidí olvidarme del dolor y dormir de nuevo, esa es una buena solución a muchos males, acalla la conciencia y aleja los remordimientos, sin embargo este sentimiento no era un remordimiento, este tenía la oscura característica de ser una dolencia física y no de carácter moral o metafísica, al menos eso supuse y fue suficiente para mí el reconocerla de esa manera. Cuando tomé la decisión de abandonar la cama el dolor se había ido, así que tomé un baño, lavé mis dientes e hice todas esas cosas rutinarias, pero apenas asomé un poco a la calle y aquel dolor se había instalado en mi pierna, subió por el tobillo derecho, pasó como un rayo sobre la pantorrilla y clavó el ataque más despiadado en mi rodilla, el dolor fue tal que caí inmediatamente y reboté como en un resorte creado por todo mi orgullo. Caminé como pude hasta acercarme a un sillón y dejé caer todo mi cuerpo, levanté mi pierna para estirarla pero aquello no mejoraba, cerré los ojos un momento y apreté los dientes, al cabo de un rato me percaté que había caído en un profundo sueño y sólo así el dolor había desaparecido. Reanudé mis actividades sin siquiera pensar en el tiempo perdido, mi terquedad me hacía dejar relegado el dolor a lo más recóndito de la memoria tan solo con el fin de no volver a experimentar ni por error aquella dolencia aún no explicada, porque por alguna razón consideré fácil negar el sentimiento y con esto desaparecerlo, como impulso natural; una natural defensa, así que subí a mi auto, encendí el motor y me dispuse a encarar la ruta de todos los días, es de alguna manera reconciliador tomar un camino acostumbrado, da la sensación de seguridad y naturalidad, porque da la confianza de que a pesar de las demoras o los infortunios el mundo sigue igual, lo peor sería levantarse un día y descubrir con espanto que la fe sí movió montañas y ahora esa escarpada subida es un interminable llano hasta llegar al río, o que la interesante cañada se ha sentido abandonada y siguió el sendero iluminado de la montaña. Y eso inicia tan sólo con la fe, porque cuando comienzan las visiones luminosas y sus respectivos némesis, las alucinaciones demoníacas, el universo da un giro de 180 grados apoyándose como hoja de rasurar en el ojo y tú sigues dormido en el éxtasis luminoso, sin darte cuenta de que los condenados te siguen con la mirada y esperan el mínimo vórtice del ánimo para darte un lengüetazo en el cuello y erizarte los vellos de la nuca. Ante este tipo de divagaciones lo único que se puede hacer es sacudir la cabeza con fuerza y encender la radio, siempre las noticias me regresan a lo mundano y sus locuras, la sepulcral voz de los avisos matinales puede ser reconfortante, más cuando intentas alejar la atención de una inexplicable dolencia. Mueren tres en riña de pandilleros; encrudece el frío en todo el país; dan banderazo de salida a las obras del bicentenario; y antes de llegar a las notas deportivas, ¡bam!, el dolor encontró un nuevo refugio, esta vez mucho más incómodo, se guareció entre ceja y ceja, haciéndome fruncir el ceño con enojo y desconcierto, manoteé con fuerza cerrando los ojos, el auto sin control encontró freno en un árbol y las bolsas de seguridad casi me asfixian. Salí como pude, noté que el dolor se había alejado del entrecejo, ahora sólo quedaba un ligero mareo y el descontrol que provocan este tipo de accidentes. La gente se arremolinó a mi alrededor hasta que llegaron las autoridades. Con disculpas y después de una visita a la delegación y pagar el daño al municipio me dejaron ir a casa, me comuniqué por fin con la gente de mi trabajo y les dije que me reportaría mañana, el día apenas empezaba y ya tenía muchas preocupaciones, el auto golpeado y los gastos que esto implica me mantenían totalmente alejado de la razón por la que tuve el altercado, no fue hasta que volvió aparecer la dolencia que la recordé tan mala y tan inoportuna, que su efecto se triplico allanando mis pulmones con una tos iracunda que amenazaba con expulsar mis bronquios con la naturalidad de un mago que saca pañuelos atados de su boca. Corrí al baño victimizado por la tos y escupí en el lavabo, con sorpresa me percaté del líquido blancuzco que acababa de expulsar, no quise ni revisarlo, abrí con premura el grifo de agua para que se llevará el líquido albino a las profundidades olvidadas de las alcantarillas, limpié mi boca y huí con rapidez a recostarme en la cama, nuevamente buscaba el refugio de las cobijas para calmar mi malestar. Recostado en la cama y mirando al techo todo comenzó a girar, el techo daba vueltas mientras yo estiraba manos y pies buscando un eje de equilibrio en medio de esta locura, con las vueltas y el descontrol el vómito fue incontrolable, lo extraño fue que efectivamente como si estuviera dando vueltas el vómito quedó esparcido por todo el lugar, la extraña sustancia blancuzca había manchado toda la habitación, me incorporé aún confundido y rebotando en las paredes llegué hasta el baño, mojé mi cara y me detuve frente al espejo, las ojeras hacían perfecto juego con lo blanco de mi cara, ese azul morado resaltaba bajo mis ojos y desaparecía en el blanco perlado de una piel cansada. Como influenciado por alucinógenos las facciones de mi cara se distorsionaban en el reflejo, apenas dedicaba atención a un rasgo de mi rostro y se disparaba una distorsión exagerada, mis ojos se hundían y la quijada se ensanchaba, todo se alarga desde las orejas y vuelve como liga estirando la nariz hacia el frente. Después de cerrar los ojos y maldecir al cielo, por fin logré algo de serenidad, respiré profundo, me mecí los cabellos, bajé a mis rodillas y gateé hasta la cama, tuve un ligero sentimiento kafkiano insectoide al encontrarme en la disyuntiva entre la sombra bajo la cama o la propia cama, elegí la cama como triunfo sobre la baja autoestima y me hundí entre las sábanas, tanta agitación había dejado las cobijas en el suelo y sólo me cubría la sábana blanquecina con adornos de flores. Hasta este momento no comprendía absolutamente nada, la asquerosa sustancia que salió de mi boca se secaba y el olor comenzaba a emanar, olía como a basura bajo el sol, pero el olor no me molestaba, incluso en mi mente no podía existir mayor molestia que todo el conjunto de aberraciones que tenían lugar en este horrible momento, es decir, el olor es lo de menos, porque repito, hasta aquí, no comprendía absolutamente nada. Fue cuando decidí acudir a la ayuda profesional, le marqué a mi doctor de cabecera y después de convencerlo de que era cierto lo del vómito y omitiendo aquello del espejo por fin se dispuso a visitar mi hogar, cosa que me traería un costo extra pero ante esta situación ya no me importaba lo que tuviera que gastar, después de corroborar el asqueroso olor y revisar mi lengua como mecánico que checa el aceite y el agua de un viejo motor Chevrolet, llegó a la conclusión de que tampoco entendía nada, así que fingió entereza y comprensión, frunció el ceño acariciando su barbilla y dijo:

-Interesante-

Después de tanto misterio, el dichoso doctor sólo decía, interesante, la cosa no podía estar más absurda y desconcertante para mí, así que estallé en histeria, lo corrí de mi casa no sin antes repartir algunos insultos, me puse los pantalones y una chamarra gruesa y me dirigí al hospital más cercano por mi propia cuenta, con todo este enojo no había lugar para más vómitos o jaquecas, en su lugar mi mano no dejaba de temblar, creí que era por el coraje pero en realidad parecía como si sufriera de mal de Parkinson o fuera un octogenario, en fin, la prioridad sólo era encontrar un médico competente, ni las manos ni mis aparentes distorsiones de la realidad que sufrí mientras conversaba con el tránsito que me detuvo por exceso de velocidad, y eso sin considerar que mi auto estaba chato del frente (por suerte en el choque de la mañana no se rompió el radiador), serían suficientes, ni ese tránsito de mierda ni todas mis dolencias serían suficientes para detenerme, pero fue aquí cuando decidí rendirme a final de cuentas, cuando estaba sujeto por la espalda a manos de dos oficiales, con la mejilla en el piso, tomé la decisión de dejarme llevar y en este proceso convencer a algún samaritano de mi condición de enfermedad. Después de tres horas en separos no podía convencer a nadie de mi malestar, en realidad ya había pasado tiempo desde el último achaque pero era la única justificación de toda esta locura, después de corroborar que era la segunda vez que me veía involucrado en un altercado al volante me dejaron pasar unas cuantas horas más, solo esperaba que no me regresara el dolor, aunque ahora pareciera ser un completo lunático, prefería cargar con eso que volver a los dolores y los vómitos. Pasé las horas sentado junto a la barandilla, recargado en la pared, además de mí, sólo había borrachos y drogadictos, algunos al parecer clientes frecuentes de este motel gratuito. El olor invariablemente no ha sido lo mejor en este día, aquí huele a orines y no tengo ánimo para quejarme, pero a medida que baja el coraje y aumenta el mal olor, ahora sí obtengo el deseo de que el dolor regrese para demostrarle al médico de mierda que estoy enfermo, sin embargo dicen que mi actitud ante la autoridad es muy mala y que de seguir así no saldré por un buen rato. Me relajo un poco, me estiro por completo sobre el piso y pretendo fingir tranquilidad, porque la verdad lo único constante es el mal humor además de la peste que queda después de estas incómodas situaciones, para cuando termine esto iré a mi casa encenderé el televisor y fingiré que no sucedió nada, después de todo es una natural defensa mandar todo a lo más recóndito de la memoria para que esto no vuelva a suceder ni por error.

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